Paneles solares más eficientes inspirados en el kirigami.
Los investigadores han ideado un sistema de células solares que, imitando al kirigami, puede deformarse gracias a un patrón similar al de una hoja de papel con cortes transversales.
Una planta capaz de generar 1,5 MW de energía renovable podría ser una de las primeras demostraciones del potencial de la energía de gradiente térmico.
Concebimos la adopción de los combustibles fósiles en la revolución industrial en términos de hechos consumados, pero el mundo podía haber sido muy distinto. Por ejemplo, el primer Porsche, producido en 1898, fue un coche eléctrico, mientras que el inventor Brian Cove presentó los primeros paneles solares en 1905, aunque luego sufrió un misterioso secuestro que desbarató su aventura. De la misma forma, el físico francés Jacques Arsene d’Arsonval propuso ya en 1881 la energía térmica oceánica, conocida como OTEC por sus siglas en inglés. Arsene fue uno de los pioneros en explorar el potencial energético de los mares, pero su idea nunca llegó a cuajar del todo. Hasta ahora.
Antes de proseguir, veamos en qué consistía la propuesta del científico francés. La energía térmica oceánica es la que se puede obtener aprovechando las diferencias de temperatura entre las capas superficiales del océano y las capas más profundas. Es decir, generar electricidad a partir del calor almacenado en grandes cantidades de agua superficial y su contraste con el agua fría de las profundidades. Al fin y al cabo, el océano es una gigantesca batería de energía solar.
Ciento cincuenta años después, la teoría se ha traducido en dos enfoques tecnológicos que aprovechan ese diferencial térmico:
A efectos de este artículo, nos centraremos en las plantas de energía oceánica OTEC, que podrían convertirse en otra de las fuentes de energía renovable y sostenible tras algunas experiencias infructuosas en los años treinta y setenta del siglo XX.
Las primeras plantas de energía OTEC se enfrentaron a diversos problemas técnicos por lo que, una vez que la crisis del petróleo de 1973 tocó a su fin, la tecnología cayó en el olvido. Sin embargo, con el comienzo del siglo XXI y el creciente interés en las energías renovables, se empezó a experimentar de nuevo con la energía térmica oceánica.
Así, comenzaron a desarrollarse intercambiadores de calor más eficientes, a reducirse los riesgos de contaminación biológica que afectan a su rendimiento y a trabajar con metales como el aluminio. Incluso, ha habido experiencias de desalación aprovechando el calor del océano mismo. Faltaba, eso sí, la primera planta comercial. Y es la dirección en la que están avanzando las investigaciones.
Tras los experimentos llevados a cabo en Hawái, Japón o Corea del Sur, trabajando con plantas OTEC que operan con potencias de kilovatios, se habla ya de plantas capaces de generar más de un megavatio en los próximos años. Una de ellas es la que una compañía británica planea instalar en las cálidas aguas africanas de la isla de Santo Tomé y Príncipe en 2025.
El proyecto tiene previsto aprovechar la elevada temperatura de las aguas de la superficie y el brusco contraste térmico que se produce al acabar la plataforma continental. Bautizada como “Dominique”, la planta se instalará en una gigantesca barcaza con una capacidad de generación eléctrica de 1,5 MW. Al bombear agua fría desde las profundidades, la tecnología también puede utilizarse en sistemas de aire acondicionado si se opta por una bomba de calor OHP. Además, se trata de agua rica en nutrientes que puede aprovecharse en acuicultura.
Se considera que, en un futuro, este tipo de energía podría ser una solución para islas sin autonomía energética y combinarse con otras fuentes como la energía eólica o la fotovoltaica. No obstante, aún existen numerosos escollos que superar para construir plantas de energía con una vida útil prolongada.
El principal de ellos es la durabilidad de las tuberías ascendentes de agua fría. Para que estas sean eficientes y suministren suficiente agua fría a los intercambiadores de calor, necesitan alcanzar varios metros de diámetro y superar los setecientos cincuenta metros de profundidad. Las tuberías deben resistir el balanceo de la plataforma o barcaza OTEC sometida al oleaje y el viento, así como las fuertes corrientes submarinas. La empresa detrás del proyecto de Santo Tomé y Príncipe está estudiando nuevos materiales y soluciones tecnológicas para afrontar ese reto.
Si todo sale bien, la compañía espera que las primeras generaciones de barcazas OTEC generen energía térmica oceánica con un coste 0,30 y 0,15 dólares por kilovatio. Más adelante, los proyectos a gran escala podrían reducir este coste a tan solo 0,05 dólares por kilovatio. Estas cifras son alentadoras, ya que hasta ahora se pensaba que se requerían plantas de 50 o incluso 100 MW para generar energía OTEC competitiva.
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